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Fue el mejor fisicoculturista del mundo, pero el gimnasio arruinó su cuerpo y a sus 56 años usa silla de ruedas.




Tomado de @navas_mundial

Ronnie Coleman era un muchacho más de Luisiana que estudiaba contaduría en la Universidad Grambling State durante la década del 80 cuando se pasaba las tardes entrenando fútbol americano y yendo al gimnasio para fortalecer sus músculos.

Ya en esa época, realizaba visitas constantes a su quiropráctico por algunos problemas de espalda que lograba apaciguar gracias a la labor del especialista.

Luego de graduarse, le costó conseguir empleo y, como no tenía ingreso alguno, empezó a trabajar en una pizzería, en donde se desempeñó durante casi dos años hasta que gracias a un recorte en el periódico se enteró que la Policía de Texas necesitaba nuevos agentes.

“Luego de graduarme de la academia, cuanto te sueltan en la calle, uno de los chicos me vio en un llamado y me dijo: ‘Eres bastante grande, ¿dónde entrenas?’. Le dije que entrenaba en la estación (de policía) porque era gratis. Me dijo: ‘Tienes que venir a Metroflex, yo trabajo allí'. Así que fui y Brian (Dobson, dueño del lugar) estaba ahí”, recordó en el documental que se estrenó en 2018 y está disponible en Netflix.

Fue ese hombre el que le dijo que por su contextura tendría grandes posibilidades en el mundo del culturismo y que si le permitía entrenarlo para formar parte de aquel desconocido universo, le regalaría la membresía del gimnasio.

Fue así que Colemn y Dobson iniciaron una relación que pronto dio sus primeros frutos. En 1990, Ronnie se quedó con el título Mr. Texas en las categorías de peso pesado y general, en donde venció incluso a su amigo. En 1995, se alzó con su primer trofeo profesional, la Copa Pro de Canadá, título que repitió al año siguiente, y en 1997 se coronó en el Gran Premio de Rusia.

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